"A finales de 1876, el profesor Franz Boll (1849-1879) descubrió que la capa externa de la retina posee un color púrpura. Halló que esta superficie se blanqueaba al ser expuesta a la luz, pero retomaba su color original en la oscuridad. Este color púrpura, que Boll llamó sehpurpur (púrpura del ojo), desaperece inmediatamente después de la muerte"

domingo, 14 de septiembre de 2014

My own recipes (nº1)

El humor es una de las mejores formas de combatir determinadas subjetividades plomizas. Es también un arma de un solo filo si se sabe utilizar en el momento adecuado y con la intencionalidad precisa. Mediante el humor se generan nuevas perspectivas y uno se distancia con más facilidad del sufrimiento. Hay que tenerlo muy en cuenta,  no solo como elemento evasivo o de entretenimiento audiovisual, sino como otra manera de formular hipótesis cotidianas, rutas estratégicas, reinterpretaciones ocurrentes, y sobre todo: como antídoto eficaz contra cualquier exceso de yoísmo (= pandemia del siglo XXI en las sociedades occidentales u occidentalizadas). Sería demoledor integrarlo conscientemente en nuestro día a día y decirnos cada vez que asumimos el tremendismo como única vía de escape a todas nuestras frustraciones: eh, tú, ¿de qué te quejas, cara-teja? Jugar con las palabras y convertirlas en risa, como solíamos hacer de niños… (o al menos así lo recuerdo), ir ensartando palabras parónimas hasta formar toda una parrafada sin sentido pero graciosísima, como una velada dadaísta, pero sin violencia, sin truculencia, sin tanta excentricidad y narcisismo... Nos suele desconcertar lo imprevisible, pero a veces ese desconcierto es el trampolín que el humor inteligente usa para dar el gran salto; es el impulso ocurrente, grandioso, panzudo y chillón que todos necesitamos de vez en cuando. [La vida es ya demasiado pesada como para añadirle kilos, pienso, cada vez que me subo a la báscula y basculo]. Juguemos a desconcertarnos como melones. Chupemos limones hasta quedarnos sin paletos, como le pasó al melón aquel, que se reía a carcajadas cada vez que le visitaba el dentista para averiguar por qué se le desgastaban los dientes… Al señor melón le encantaba chupar limones por las mañanas porque decía que ese era su elixir de juventud. El señor melón sabía de lo que hablaba porque había vivido ya más de ochenta farys chupando limones... Yo cada vez que me hago un zumo de limón me acuerdo de mi amigo melón y pienso en vivir tantos años como desdenteras, porque, al fin y al pavo, todo es cuestión de echarle guindas, ganas y sal.

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