Hace unos días le oí a alguien decir en una tertulia radiofónica que somos muy cicateros. Hablaban de lo mucho que nos cuesta reconocer los méritos ajenos... de lo mucho que nos cuesta verbalizar los afectos... esos reconocimientos escasos y habitualmente tardíos a los que estamos tan acostumbrados... "A ti te quería mucho", bueno, sí, ¿y qué? ya me lo podía haber dicho en vida... Amamos, apreciamos, valoramos discretamente y en silencio a muchas personas que tenemos cerca, pero por miedo a descubrir nuestra verdad, por miedo a parecer más vulnerables, nos cerramos, negamos la evidencia y le negamos al otro el privilegio de sentirse amado, comprendido, acariciado, correspondido...
Una de las cosas de las que más me arrepentiría justo antes de morir (si es que puedo tener el privilegio de ser consciente, cuando llegue, de que me estoy muriendo) es de no haber dicho cuánto amé a las personas que amé, de no haber podido decir cuánto aprecié su cariño, su trabajo, la ternura y sensibilidad que orbitaban siempre a su alrededor...
Vivimos de migajas afectivas, como decían en la tertulia, somos excesivamente reticentes a decir las cosas agradables de los demás... y yo me pregunto, ¿tanto cuesta?
...
No hay comentarios:
Publicar un comentario