Cuatro es el número que cuelga en su pared: un cuatro de trazos gruesos y rojos, como alertando o incitando a la acción.
Ya lo pensaron los sabios… y ahora lo constatan experimentos almacenados en imágenes computarizadas… (más de cuatro es multitud). Hay un punto en la vida en que es preciso sentir y amar el límite, amar cada una de las posibilidades limitadas en número y forma que nos brinda esta especie de destino semideterminado. Para llegar a puerto y rebasar la curva del número dos solo tengo que fijar mi vista en el horizonte y emprender la marcha. (Hasta que no perciba el cansancio, –piensa–, no determinaré si he avanzado).
(…)
Han pasado más de diez días y aún sigue en movimiento. La determinación dio paso al cansancio y con el cansancio pudo determinar que estaba avanzando. A cada paso que daba comprendía con mayor exactitud en qué consistía su vida. Al principio sintió el vértigo; luego asumió el error de cálculo y, finalmente, se creyó un proyecto inacabable. Supo entonces que las ganas de ver nuevos horizontes le llevarían a puerto y que, inacabable, inabarcable, inefablemente, su vida habría tenido sentido.