Uno de los motores del consumismo exacerbado (que no el único) es la negación de la propia muerte. Si viviésemos para siempre o durante una buena y prolongada temporada, tendríamos que cuidar más de nuestras “cosas”, de todas las pertenencias que hemos acumulado con el paso del tiempo (vivienda, coche, electrodomésticos, dispositivos móviles inteligentes...). Nos volveríamos más codiciosos, más competitivos y estaríamos constantemente necesitando nuevos artilugios para entretenernos... Lucharíamos con ímpetu por mantener a flote nuestro modus vivendi, por defender a capa y espada nuestra imagen social, nuestro prestigio y valía, nuestros logros profesionales y sentimentales... Todas nuestras responsabilidades se harían gigantescas. Cada grano de arena se convertiría en un saco de cemento, y todo lo pequeño cobraría dimensiones monstruosas…
¿Les suena este panorama?Algo me dice que así es como nos quieren hacer ver la vida quienes realmente sostienen, defienden y promueven esta desajustada percepción de la realidad. Es la nueva religión inoculada desde no se sabe muy bien dónde y por no se sabe muy bien quién y de la que, desgraciadamente –o no–, casi todos somos partícipes.
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